A diez años de un disco que demostró que el rock progresivo mexicano nunca morirá.
El rock progresivo es un animal extraño en pleno Siglo XXI. Y bueno, es que ya desde que Johnny Rotten de los Sex Pistols apareció durante el clímax de su fama con una camiseta que pronunciaba “odio a Pink Floyd”, se ha perdido una gran dosis de inocencia por decir lo menos entre ese público base que en la primera mitad de los 70’s creaba y consumía lo progresivo en cantidades industriales que llegaron a lo ridículo. Realmente he notado que los agentes “cool” de la próxima generación (la de los tempranos ochentas) hasta el día de hoy desprecia casi instintivamente el rock progresivo. Pero lo curioso es que el espíritu de dicho género ha sido preservado de una u otra forma por cada nueva generación.
Desde el metal épico de un Iron Maiden o un Manowar, el neofolk o el post-rock; todos esos géneros aparentemente novedosos en su tiempo mantuvieron vivo algo del espíritu del progresivo de los 70’s y, por supuesto, el rock progresivo como tal aunque adelgazó sus filas realmente nunca murió. Y si me lo preguntan, difícilmente morirá mientras exista gente clavada, obsesionada con los solos de guitarra, los cambios de tempo, la música clásica, la ciencia ficción o los magos, los duendes y los grandes castillos. Como dicen los gringos “no aguanten la respiración”, porque el día no llegará pronto.
Tan es así, que hasta el año 2015 en Pachuca, Hidalgo, llegó a tocar puertas la persistente influencia del rock progresivo. En ese inhóspito paraje de dudosas condiciones para la existencia humana (solo una broma para mis cuates pachuqueños), Josmarq Alvarado y Sojue Stradac formaron tres años antes el dueto Scolopendra, nombre referente a la denominación científica de la familia de los ciempiés.
Trabajando con los recursos a su disposición, que no eran muchos pero sí llenos de paciencia y talentos diversos, terminaron por entregarnos diligentemente el disco Cero. Se trata de un lanzamiento de una sola canción, o al menos ese es el caso de su versión en Bandcamp y Spotify (que son las que he podido encontrar). Dicha canción única presenta una duración de poco más de 44 minutos, llevándonos por sin fin de paisajes sonoros, cambios de tono, panoramas oscuros, pastorales, clasicistas, celestiales e infernales que según declaraciones de la misma banda aborda de forma conceptual el fin del mundo.
En influencias es imposible dejar de mencionar a algunas bandas de rock progresivo internacional como Gentle Giant, Jethro Tull, Premiata Forneria Marconia y la escuela italiana en general. Pero también creo que hay unos cuantos elementos que no simplemente se quedan ahí, con buena dosis de folk echada a la mezcla, así como cosillas de música clásica, metal, grabaciones de campo, etc.
En general, es bastante increíble caer en la cuenta de que el disco fue realizado por dos personas trabajando por su cuenta, ya que el sonido es ambicioso y complejo. Si bien por momentos sí da la impresión como un trabajo un tanto casero a través principalmente de las baterías, resulta evidente que no hay nada que reprochar ya que no solo es palpable el “amor” con el que las canciones están confeccionadas, sino también la dedicación para llegar a un producto final muy satisfactorio y coherente que tiene pocos contendientes para ser lo mejor de un género que a veces creemos muerto hasta que recordamos la absurda cantidad de gente que al día de hoy forma una banda inspirada por Pink Floyd, Genesis o King Crimson.
Al parecer recientemente Sojue Stradac se dió a la tarea de subir este trabajo a plataformas, ya que lo escuché justamente bajo la idea equivocada de que se trataba de un nuevo lanzamiento por la fecha mostrada. Sin embargo, una investigación más profunda revela que este muy buen disco está cumpliendo justamente los 10 años de existencia ¡Enhorabuena!