Portada del libro El Proconsulado.
Portada del libro El Proconsulado.
Calificación Recomendado de Rehilete.
Calificación Recomendado de Rehilete.

Reseña por Memo Fromow

El Proconsulado (1946)
José Vasconcelos
Ediciones Botas
Libro: Biografía

Finalmente, la Ítaca del Ulises Criollo.

Ha sido un señor viajecito al lado del criollo favorito de todo México, el Maestro de la Juventud, el émulo de Madero, el original Ulises Criollo. A lo largo de más de 2000 páginas lo hemos visto reír, llorar, enojarse (sobre todo enojarse) y vivir los primeros años del México moderno en carne viva. Pero como todos los viajes, este debe llegar a su fin, y como todo viaje que valga la pena, me ha cambiado. Aunque reconozco que el maestro Vasconcelos como compañero de viaje por momentos parece ese señor viejo que no hace sino quejarse de lo mal que está todo pero con el que estás varado hasta que el autobús llegue a la estación, de tanto insistir, me ha hecho plantearme una cosa muy importante: tal vez dice la verdad. Cuando empecé a leer el Ulises Criollo, iba seguro de que todos son mentiras… y mucho de lo dicho en efecto lo es. Peeero, también, y a la luz de la historia, vemos algunos de los patrones que Vasconcelos describe repetirse con el valor de profecía.

Nuestra historia termina donde empezó: en la frontera Vasconcelos abandona la cómoda vida de conferencista y profesor en universidades estadounidenses para postularse como candidato presidencial contra Pascual Ortiz Rubio, el elegido del régimen callista. Después de calentar arengando multitudes en San Diego, Los ángeles y otras metrópolis chicanas, el maestro cruza por Sonora, el corazón mismo del régimen posrevolucionario, y desde el día uno, empiezan los guamazos. Por mucho tiempo pensé que los ataques a la campaña vasconcelista habían sido inofensivas chicanadas tan típicas de las elecciones en México: un ratón loco por aquí, unas urnas embarazadas por allá, un fraude electoral, unas risas y cada quien para su casa. Pero no. Si hacemos una lectura paralela de los hechos narrados por el mismo Vasconcelos con los escritos de la época y los estudios históricos al respecto, podemos ver que el Vasconcelismo fue un genuino movimiento de bases llevado por el puro prestigio personal de un hombre honesto y el repudio a un régimen que se había robado y rebajado la épica de una gesta que inicio una era heroica para terminar en una grotesca farsa sellada por el crimen y la corrupción. Vasconcelos no hubiera sido tan popular si el régimen posrevolucionario no hubiera sido tan detestado. Los infames Tratados de Bucareli, el neolatifundismo, las promesas rotas y la creciente influencia estadounidense contrapuesta a una ideología nacionalista, herencia de los años de lucha, habían dejado un ambiente de resentimiento generalizado dispuesto a estallar… y que parcialmente lo había hecho en movimientos como el delahuertismo, la rebelión escobarista y la Cristiada, estas dos últimas especialmente importantes para el desarrollo de la campaña vasconcelista ya que el mismo Vasconcelos, conciente de que iba a ser víctima de un fraude, esperaba apoyarse en los miembros de estas rebeliones para encabezar una segunda Revolución.

Y así Vasconcelos nos cuenta su largo viaje del norte a la capital. En cada pueblo siempre es la misma historia: una ciudadanía vejada e indignada contra la policía y el ejército, esbirros del régimen que gobiernan como señores feudales. Todo el mundo es vasconcelista y todos prometen que, llegado el momento, lo harán valer dentro y fuera de las urnas. Desde las grandes ciudades como Guaymas, Mazatlán, Guadalajara o Aguascalientes hasta rancherías perdidas en los desiertos y las ondulaciones de la sierra, Vasconcelos recorrió el país y en menos de un año armó tal borlote que se convirtió en una amenaza seria al régimen, muestra de ello los varios disturbios, altercados y atentados que registran no solo el candidato Vasconcelos, sino también sus acompañantes, quienes los difundirían en la prensa: Mauricio Magdaleno, Antonieta Rivas Mercado, Carlos Pellicer, etc., figurones que serían después vacas sagradas de las letras mexicanas.

Es curioso como a pesar de tener un pensamiento que podría estar en las antípodas de lo popular, el movimiento y el ideario político del profe se parece tanto a lo que a fines del mismo siglo predicaría la izquierda mexicana: denuncia de la concentración de la riqueza y un feroz nacionalismo basado en el rechazo a lo estadounidense. Verdaderamente, por momentos, parecía una especie de fenómeno AMLO con cien años de anticipación, desde la gira municipio por municipio con baños de pueblo hasta la retórica de una “Mafia del poder” que vasconelos llama ya poinsettista, judeo-izquierdizante, pocho-yankee, protestantoide, pseudoizquierdista y todas las combinaciones de estos términos que se te ocurran. ¿Cómo es un reproche para la misma persona ser izquierdista y pseudoizquierdista a la vez? No lo sé, pero entonces como ahora, el fondo del discurso era lo de menos, lo importante era que la gente estaba enojada y lo iba a demostrar. O eso decían…

Lo cierto es que al final nadie se alzó: el gobierno callista desactivó la rebelión cristera el mismo año de 1929 y la rebelión escobarista, estallada antes de tiempo y acaudillada por un genuino ladrón sin escrúpulos como fue Arnulfo Escobar le restó partidarios y prestigio que de otra manera hubieran contado para el profe. Agréguese la división dentro del propio partido de Don José y se entenderá como, al final todo fue mucho ruido y pocas nueces. La elección fue un súper fraude después del cual los militares se ensañaron con los vasconcelistas: los desactivaron, cooptaron o asesinaron a mansalva. Vasconcelos mismo huyó a Guaymas donde pretendió incitar a la rebelión antes de huir a Estados Unidos prometiendo volver apenas hubiera gente dispuesta a alzarse por él. Y sí la hubo, pero no duró mucho.
Así pasó años el profesor, anunciando que volvería cuando México fuera digno de él y se rebelara contra el gobierno. Tuvo que esperar sentado.


Así concluye la primera (y más interesante) mitad del libro. Una campaña así, guiada de un hombre sincero no volvería a verse, y con todas sus fallas, el vasconcelismo fue una promesa para un país infamado. Si el profe hubiera cumplido sus promesas o si México hubiera sido demasiado distinto de haber ganado su proyectada rebelión, es especulación que vale para hacer novelones fantasiosos, pero poco más.

Entretanto nuestro Vasconcelos se va de vacaciones a Sudamérica, de Estados Unidos no lo corrieron; él se fue, según nos cuenta, huyendo de la corrupción moral del imperialismo yankee…aunque dejando a su familia y a sus hijos estudiando ahí.

Siguen páginas y páginas de descripciones algo pesadas de paisajes y ciudades centro y sudamericanos que siguen siempre el mismo patrón: Vasconcelos es invitado a una ciudad, lo festejan con banquetes, se queda unos días a dar conferencias, sus admiradores lo llevan de tertulia y a pasear, se va otra ciudad: enjuage y repita.
Entre tanto pasaje auto celebratorio en el que se nos pinta una Latinoamérica de fantasía por lo perfecta que es en relación con México, llena de gobiernos letrados e ilustres sin mencionar apenas sus problemas económicos ni sociales, tan similares a los nuestros, en medio de todo ello, sin embargo, tenemos un tesoro de chisme literario respecto a algunos clásicos de la literatura hispanoamericana y a muchos olvidados que los curiosos apreciarán. Si te interesan personajes como el colombiano Luis Enrique Osorio, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, los chilenos Laura Rodig y Gabriela Mistral, la venezolana Teresa de la Parra, los peruanos Edwin Elmore y César Falcon y muchos más, estarás encantado.


Finalmente, nuestro querido Vasconcelos se va a Europa de nuevo, decidió a fulminar al gobierno con… una revista, una reedición de su antigua publicación La Antorcha, la cual gestionó en tiempo de Obregón. El último cuarto del libro se nos va en sus correrías parisinas, sus dificultades logísticas para editar desde Francia una revista en español y el suicidio de Antonieta Rivas Mercado de un tiro en Notre Dame antes de tener que mudarse a España por las dificultades económicas, donde es testigo del advenimiento de la 2ª República, a la que, si alabó al principio, después deploró como, de nuevo, una conspiración, judeo-protestante para descatolizar a España. Mientras tanto, el autor se deleita en la tierra que lleva más de 2000 páginas elogiando como la cúspide de la civilización: la leche y la fruta de allí es más sabrosa que en cualquier otro lado; las mujeres, más graciosas y virtuosas; el mar más azul y el pasto más verde, en fin, el hombre se la pasa chicles bomba, hasta que no. De nuevo, una revista no da para ello y la vida universitaria española tampoco, de modo que el libro termina con su despedida de España hacia Argentina para dar unos cursos después de un año amargo en la tierra de sus fantasías.

Y aquí termina la historia de Vasconcelos, la escrita por él mismo al menos. El libro cierra en 1930, pero aunque el Maestro de América vivió todavía hasta 1959 y al parecer quiso continuar su autobiografía, lo cierto es que ya no le fue posible terminar el proyecto. En ese ínter vivió exiliado, se reconcilió con su archi-enemigo Calles, al punto que hizo guardia de honor en su funeral; viró hacia el fascismo y murió en un mundo que seguramente le repugnaba horrores, conquistado como fue por el blues y el jazz que odió siempre, no quiero ni pensar que pensaría del rock.

Diría que Vasconcelos fue un hombre muy sui generis, pero si se conoce un poco mejor el panorama del pensamiento mexicano después de la Revolución, uno se da cuenta que realmente, su existencia y pensamiento son bastante más estándar de lo que otros pensadores del mismo período: él solamente tuvo mayor proyección y proximidad con el poder. Ello no demerita su titánica labor en el ámbito público y literario. Leer los 4 tomos del Ulises Criollo a El Proconsulado sigue considerándose por muchos estudiosos como una prueba infaltable en el viaje para conocer a México. Y después de hacerlo yo mismo, debo reconocer que tiene razón. La manera en que Vasconcelos concibió al país hizo escuela al punto que, lo sepamos o no, hay mucho de él en la manera en que imaginamos a nuestro país, para bien o para mal.
Una constante del discurso vasconceliano es una especie de constante neurosis, una contradicción de base en cuanto a lo que quiere ser y lo que es; lo que predica y lo que realmente piensa. Se ufana constantemente de ser querido del pueblo, pero considera el sufragio universal demagogia; predica el gran destino de la “Raza Cósmica” mezcla de todas, pero no se cansa de denostar a las “razas inferiores” y “negroides”; alaba a la España colonial que supuestamente integraba a otros pueblos, pero para él, el mestizaje y su producto es una vergüenza en que los “elementos inferiores” rebajaron lo español. Vasconcelos siempre quiso ser recordado ante todo como filósofo, pero es significativo que a pesar de haber despreciado la Historia como disciplina, hoy sobrevivan más sus memorias y su obra histórico-política que su descontinuada Metafísica, su Ética y su Estética, libros de cierto éxito en su tiempo (ciertamente no económico), pero que desde entonces no han vuelto a despegar. Poco importa.


Como dije al principio de esta reseña: un buen viaje te cambia, y mi cambiante relación con Vasconcelos me hizo cambiar la mía con México y conmigo mismo: sigue sin caerme bien, pero le estoy agradecido; me hizo plantearme preguntas y penetrar de veras en un México que no conocía, peor, que antes reputaba como condenado al olvido, muerto. Que lejos de la verdad, y quien logra desviarte de un error es digno de encomio y gratitud, por mal que te caiga.

Su carrera es un ejemplo de como el triunfo no es precondición del éxito, de como la historia no la escriben solamente los vencedores, sino que la memoria pertenece a los vencidos, aunque en muchos casos esa memoria esté dispersa en pedazos de los que no podemos citar al autor de tan extensamente difundidas que han sido. Imagen del mexicano que pierde, pero nunca está vencido: por apócrifa que pueda ser esa imagen, estoy bastante seguro que la vida de Vasconcelos, archi-conocida en su momento y aún hoy, contribuyó mucho a la idea del mexicano, tan falsa o verdadera, nociva o meritoria que permea nuestra imagen de nosotros mismos. Un desterrado en su propia patria, ícono de un pueblo que lucha por encontrar su origen, una Ítaca que quizás no existe, destruida en el cataclismo, condenado a vagar por siempre, pero cuya condición errante es a su vez su orgullo y su sello.

Su patria es el mar.

Nadie quiere su patria porque sea fuerte o porque sea bella, sino porque es suya y nuestro es el futuro detrás de las infinitas olas.

Era argüendero, un proto-fascista y un intolerante racista con la percepción de la realidad bien alterada… y aun así, ahí va el mejor secretario de educación que ha tenido este país. Adiós Ulises, sé que donde quiera que estés, ahora estás en tu hogar.