




Reseña por Memo Fromow
Frankenstein (2025)
Guillermo del Toro
Netflix
Película: Fantasía
El Prometeo pos-moderno: Una visión de Guillermo del Toro.
Le tomó a Guillermo del Toro casi toda su carrera cinematográfica de éxitos el poder tomarse la osadía de medirse con un clásico de la talla del Moderno Prometeo, un hito en la historia de la literatura y (dependiendo de a quien le preguntes) también un poquito en el de la ciencia.
Meterse con un clásico no es cosa fácil, y menos aún la obra de Mary Wollstonecraft Shelley. Es de esos libros de los que siempre queda algo por decir, a pesar de dos siglos de incesante comentario en torno a él: han hablado de él, y la obra ha respondido a sus interlocutores filtrándose cada vez más profundo en la conciencia popular al punto que la imagen más conocida de Frankenstein es una mezcla de elementos originales del libro con añadidos posteriores que le son totalmente ajenos, producto de un diálogo ininterrumpido de la obra con su público. Es esta imagen mestiza con la que juega Guillermo del Toro para ponerse con Frankenstein a las patadas.
¿Qué aporta el tapatío a un diálogo de siglos y en el que han terciado algunas de las mentes más agudas de distintos campos que van de la filosofía a la ciencia?
Van a decir que soy bieeeeeen payaso, y puede que tengan razón, pero si me preguntan, mi respuesta es: no mucho. No me malinterpreten, esta es una excelente película, pero sus puntos fuertes estriban en dominios distintos del de la narrativa o de la especulación filosófica, pese a los giros que se agregaron respecto a la historia original y que, presumo, fueron puestos ahí con el propósito de ampliar el campo para el comentario filosófico-moral referente a las cuestiones más filosas que aborda la obra base.
Esta es una que todos se saben. El ambicioso Dr. Víctor Frankenstein se propone crear vida, echando mano, de ser necesario, de los medios más cuestionables desde el punto de vista ético. Pero le vale madres y lo hace de todos modos, solo para que al final se de cuenta de que tal vez eso de romper las leyes naturales tiene consecuencias en las que no se detuvo a pensar y que acabarán por devolverle la mordida. Hay personajes que no aparecen en el libro ni en adaptaciones anteriores (esto claramente con intención de introducir ciertos temas de manera nueva) y algunos que sí estaban son empleados de manera distinta para mejor cuadrar en el entramado narrativo que nos propone la película. También hay algunos otros ajustes de setting que, hay que decirlo, la verdad no importan gran cosa.
Del Toro es y siempre ha sido un cineasta muy visual, me atrevo a decir, más visual que literario. Si eres bueno en algo, apégate a ello, y para variar, Don Memo nos consiente con un despliegue estilístico en que se deja ver lo que un talento en su apogeo puede lograr con un padrino millonario de la talla de Netflix. Todo aquí es, cuando no bombástico y espectacular, refinado como lo exige la etiqueta victoriana a la que el estilo visual de la película se adhiere con tanto cuidado. Es claro el afán de contrastar lo grotesco con lo sofisticado, primera de las varias dimensiones y dicotomías que la narrativa nos plantea y muy bien logrado en cuanto es planteado a través de lo que se ve y no de lo que se cuenta. Bien ahí. Sin embargo, y de nuevo, si me preguntas (y también si no me preguntas) nos encontramos con un imaginario bastante manido, fantásticamente logrado, pero muy visto ya: el estereotipo del científico loco, de la burguesía pacata e hipócrita frente a la genialidad sin ataduras que solo ve el progreso sin pensar en las consecuencias. Todos tus clichés favoritos están aquí con todo el bombo de una producción multimillonaria y un toque de creatividad para vestirlos en nuevos y muy trabajados ropajes.
Es cierto, muchos de dichos clichés son, efectivamente, reflejo narrativo de los problemas planteados por el libro: el desastre de que es capaz la inteligencia sin sabiduría; la vanidad del hombre frente a un mundo del que se cree señor, etc. Todos grandes temas… que ya han sido abordados mejor en otros medios e incluso en otras adaptaciones.
La manera en que la historia se aborda aquí, especialmente los añadidos y las modificaciones de la trama original rebajan y simplifican los dilemas morales hasta hacerlos prácticamente inexistentes o tan sencillos que realmente no suscitan mayor reflexión. Esto deja de ser una interrogante sobre la relación del hombre con la vida y el mundo para convertirse más temprano que tarde en el equivalente Steampunk de un cuento de hadas con moraleja (una bellísima, muy conmovedora y muy bien ejecutada moraleja). Por poner un ejemplo: la criatura en esta película es un ser casi irreprochable, al que la trama libera de los crímenes atroces que comete en el libro para hacerlo más simpático al espectador, perdiendo así una importante dimensión de complejidad moral que Shelley le da en su obra. ¿Es justificable el crimen aun cuando hay una razón para ello? Se pregunta la autora. Aquí no hay necesidad de eso, es un ofendido que se venga con toda justicia del mundo.
La lacerante pregunta del origen de la vida y nuestra relación con el mundo y un posible creador se reduce a encajonarlo en una relación padre-hijo distanciado que, de nuevo, pierde la profundidad del dilema planteado en el libro, donde Víctor no reniega de su posición ética en ningún momento y no claudica jamás ante lo que él considera un crimen contra la naturaleza. La solución de la película prioriza la emoción por sobre la interrogante y encima, lo hace de manera tan apresurada que algunos pasos lógicos en el desarrollo de la relación de sus personajes dejan de parecer, pensándolos bien, tan lógicos.
La película se esfuerza bastante en complacer al espectador redondeando la historia conforme a las expectativas emocionales que nos hemos acostumbrado a ver en el cine, y esto se hace a costa de edulcorar las cuestiones espinosas que hicieron de Frankenstein una obra tan relevante en primer lugar.
Mientras el libro abunda en pasajes que profundizan los dilemas éticos, aunque no sean muy amables con el lector, la película necesita ir rápido, muy rápido, porque hay que poner atención al precioso setting que Guillermo y sus colaboradores armaron para nosotros. Y aquí es donde nos cumplen, cumplen y archirecontrarequetecumplen con sobradas creces los talentos del director y que ha estado ya décadas refinando para desplegarse aquí en toda su gloria ante nosotros.
La imaginería creada para la película por del Toro y su equipo no escatima recursos, ni físicos ni simbólicos. Si bien no será muy profunda, la película emplea magistralmente todos sus recursos estilísticos para hacer sus elementos visuales congruentes con su contraparte narrativa: la imagen es correlato del ambiente y de la metáfora… ay güero. Me explico: la apariencia de los personajes está en armonía con lo que se supone deben representar y la atmósfera es a la vez manifestación física de fenómenos como la memoria, la ambición y la hipocresía. Es bastante menos difícil y pretencioso de lo que suena. Por ejemplo: el pasado es dudoso y distante, como las relaciones del joven Frankenstein con su mundo y su familia. Aahhh, pues las escenas de la juventud de Frankenstein son nebulosas, con abundante, a veces excesiva luz que desdibuja las figuras de los personajes, quienes, para que quede más claro, van envueltos en velos y telas vaporosas.
Y así sucesivamente. Solo necesitas un poquito de imaginación y captar un par de referencias culturales. No es difícil, y bien visto, tampoco realmente profundo. No confundir un recurso estilístico-narrativo con profundidad es una distinción importante para cualquier lector o espectador abusado. Saber contar una buena historia no la hace más relevante de lo que es.
Para ser justo, tal vez el cine no es el mejor medio para transmitir con toda su potencia las cuestiones básicas de un libro como Frankenstein, pero, por otro lado, el cine es su propio animal, radicalmente distinto del de la literatura.
Admito que no dejé de referenciar el material original en toda la reseña, pero es que como dice un divertido aforismo que traduzco en bruto del inglés para mayor sorna: lo que ha sido visto, no puede ser desvisto. Hacer una adaptación es más que hacer una película, es ceñirse a un mundo que ya existe, con las ventajas y desventajas que ello implica. Guillermo del Toro quiso hacer su propia versión de Frankenstein; quiso enseñarnos lo que él siempre quiso ver y para ello movió cosas, quito otras y añadió otras tantas. No sé si haya leído el libro, aunque me cuesta creer que no, y sin embargo, realmente poco importa: la película tiene sus prioridades muy claras, se trata de un ambicioso despliegue estético y emocional que gocé muchísimo ver y que me hizo humedecer los ojos con algunos diálogos que me sacudieron las tripas. Esa es la verdad de del Toro y yo la acepto por lo que es.
Mary Shelley era la hija más bien pacata y convencional de un escritor del género de novelas morales que hoy ya nadie lee (me corto un dedo si alguien aquí ha leído Caleb Williams, ni siquiera yo): por mucho que se pretenda adecuar su figura a una interpretación del presente (en muchos casos merced al feminismo más quinceañero posible), Doña Shelley fue lo que fue.
Guillermo del Toro es lo que es y nos dio un producto muy diferente, que atiende a necesidades diferentes. Es una cosa diferente, MUY diferente de su material original, y eso está bien: está muy, pero que si muy bien.
Pese a mi tono payasamente recalcitrante de ratón de biblioteca, yo recomiendo con ganas esta película que disfruté durante sus más de dos horas y media de duración. Solo recomiendo también ir a visitar el original para tomar conciencia de lo que estás viendo, sobre como difiere de ello y, de paso, adquirir algo más de conciencia sobre el mundo: como solo la conjunción del cine y la literatura pueden hacerlo. A fin de cuentas, para eso existen.


