Calificación Recomendado de Rehilete.
Calificación Recomendado de Rehilete.

Reseña por Memo Fromow

La Tormenta (1936)
José Vasconcelos
Ediciones Botas
Libro: Biografía

O Ulises Criollo 2: Más Criollo que Nunca.

En el capítulo anterior, José Vasconcelos y la hermosa Adriana se habían quedado solos en medio de la dictadura de Victoriano Huerta; las autoridades lo buscan por sus simpatías maderistas y el mundo parece cerrarse sobre estos dos amantes. ¿Cómo escaparán estas dos excelsas almas a la barbarie del dictador y sus esbirros?

Hemos llegado al 2o tomo de la autobiografía de José Vasconcelos, un terreno divisado por muchos pero pisado por pocos: la mayoría de los comentarios en torno a la obra de Vasconcelos se concentran en el primer tomo, Ulises Criollo (¡Ya reseñado aquí en Rehilete!).

Si en el primer libro sabemos cómo México fabricó a un Vasconcelos en un ambiente que mediaba entre la esperanza y la posibilidad de perdición nacional, aquí finalmente Vasconcelos se encuentra con la prueba para la que se preparó toda su vida: sus duelos contra los gringos insolentes en la escuela de Eagle Pass, sus largos recorridos por los campos y las gentes de México, la pérdida de su madre, la humillación de la pobreza, la tentación de la lujuria, todo finalmente cobra sentido cuando la prometida tempestad finalmente llega y es la hora de la verdad: el Tiempo Mexicano cuando se decidirá entre la derrota y el futuro brillante de la Raza Cósmica.

A río revuelto, ganancia de pescador y las revoluciones son momentos en que el mundo queda del revés y todo puede pasar: así, seguimos al autor de la cárcel a los salones de París o Washington; de aliado de Carranza a su peor enemigo; del poder a la calle; es la mano derecha del presidente Eulalio Gutiérrez solo para ser vencido por la gente que odia y tiene que exiliarse de nuevo. Conoce a todos lo que son y serán alguien en el México posrevolucionario y de pocos de ellos tiene algo bueno que decir.

Decían en la película de Scarface que no hay nada como tener el mundo en tus manos y después perderlo: aunque Vasconcelos no fue presidente (ni entonces, ni después), sintió cerca la oportunidad de cambiar el mundo y se le fue. O eso dice él.

Si sabes algo de historia o leíste la reseña de Ulises Criollo ya sabes que según Vasconcelos la guerra se perdió y entramos a una era de corrupción, brutalidad y servilismo hacia los Estados Unidos que, si Don Pepe viviera, no solo diría que no ha terminado, sino que se ha agudizado. Para alguien como él poco valen los avances tecnológicos o los cambios en el nivel de vida; la construcción de instituciones o la pacificación del país: México se ha perdido al dar la espalda a España a resultas del plan yanqui para destruir las raíces hispánicas de la nación y de todo el continente, ya que estamos…

Ahora, a partir de aquí hay que caminar con cuidado ya que Vasconcelos alterna pasajes de gran intensidad y clarividencia con auténticas barrabasadas racistas que en muchos momentos me tentaron a cerrar el libro y olvidarme de este bigotón mala leche de una buena vez. Si en el proceso de leer esas 500 páginas no lo hice y decidí, encima, hacerle una reseña, es porque hay cosas importantes aquí.

Empecemos por lo básico: como fuente histórica, La Tormenta no es muy confiable: varios otros autores han señalado ya sus errores o falsedades, no pocos de ellos debidos al tremendo rencor que guarda a muchos personajes. A ello hay que agregar que Vasconcelos pasó la mayor parte del proceso revolucionario fuera de México por lo que muchas de las cosas (sobre todo las más injuriosas) son puras oídas, rumores o suposiciones que la historiografía posterior ha desmentido o puesto en tela de duda.

Pero vamos, para historia están los historiadores, aquí tenemos un espíritu apasionado exponiendo todo su ser con una sinceridad íntima que debe reconocerse: cuando no está describiendo su largo itinerario de exiliado, perorando sobre los destinos de las naciones u odiando a Venustiano Carranza con cada fibra de su ser, José nos habla muy íntimamente de su vida amorosa con Adriana y en contraste con el tono decidido que usa para todo lo demás, cuando de amores se trata, nos da la crónica en vivo de cómo su relación se estrelló, se incendió y lo dejó en un estado de amargura por años y años. Y no lo digo yo, sino él.

Es por este tipo de sinceridad que uno está dispuesto a creerle en las demás cosas que nos cuenta: él no está aquí para quedar bien, sino para contarnos su verdad (en la que, sin embargo, la mayor parte del tiempo, él tiende a quedar bien y los demás mal).

Por sus ojos vemos en primerísimo plano episodios ya clásicos de la historia y la literatura mexicana: relatos de primera mano de lo que era la vida en la ciudad y a caballo, los tejemanejes del poder de los que él formó parte aunque fuera marginalmente y los espasmos de una nación en plena convulsión.

Luego tenemos el plato fuerte de este tomo: la visión de América. José Vasconcelos vivió en un tiempo raro, uno que hoy casi no imaginamos inundados como vivimos de cinismo y memes maletas de “Sáquenme de Latinoamérica”. Por aquel entonces corría un viento de optimismo respecto al futuro del continente, predicado en el que por entonces era el medio más prestigioso para hacerlo, la poesía y la literatura: personajes como José Enrique Rodó, Rubén Darío o José Santos Chocano recorrían el continente viviendo extrañas pero divertidas aventuras y entusiasmando a las multitudes con visiones de las glorias pasadas (los fastos de la América precolombina; las correrías épicas de la conquista, exploración y colonización; la épica de la independencia etc.) y proclamando que con todo y no gozar de la riqueza y la técnica estadounidenses, los latinos éramos mucho mejores por superioridad de espíritu… lo que sea que eso signifique. Este movimiento floreció en ambos lados del espectro político: por la izquierda gente como José Carlos Mariátegui en el Perú, Álcides Arguedas en Bolivia o Manuel Gamio en México rehabilitaron el indigenismo y fomentaron las investigaciones arqueológicas y antropológicas; en la otra esquina estaban, por ejemplo, José de la Riva Agüero, Álcides Arguedas (sí, otra vez, pero ya viejo y pesimista) y por supuesto, José Vasconcelos.

Hoy día es fácil notar un resurgimiento del llamado hispanismo en internet: si esto es una moda internetera juvenil o tendrá repercusiones político-culturales está por verse, pero justamente, mucho de lo que hoy se replica en memes y diatribas en youtube por gente que se pone la cruz de San Andrés de foto de perfil tiene como raíz el pensamiento de Vasconcelos y sus amigos de esa época.

Irónicamente, José Vasconcelos pasó la mayor parte de sus exilios en Estados Unidos y trabajando para gringos, a veces en calidad de abogado y otras como mil usos según se ofreciera la ocasión. Fue en una de esas aventuras que dio en el Perú, como profesor de una cadena de escuelas técnicas estadounidenses. Allí conoció a la crema y nata de la intelectualidad peruana, con quienes tuvo la ocasión de afinar esas ideas que ya llevaba desde mucho antes. La visita al Perú es un episodio más bien corto en el libro, pero si decido mencionarlo es porque resulta especialmente revelador de lo que realmente sentía Vasconcelos por su país al compararlo con uno similar. Si sabes algo del Perú es que es muy parecido a México: su historia es de rebeliones militares, guerra civil, dictadura, oligarquía y desgobierno por buena parte del siglo XIX hasta su relativa pacificación a finales de este para recibir inversiones extranjeras. Nada nuevo bajo el sol. Para Vasconcelos, sin embargo, es la patria ideal: una tierra sin militarismo, admiradora y practicante del civilismo y en paz por la “armonía” entre razas; sin machismo (en las fiestas populares nadie se pone borracho y todos se comportan) y cito “se bebe vino de uva” (la chicha de maíz peruana está pintada nomás). Es en esta fantasía del Perú que afloran con más fuerza varias de sus ideas respecto a América y que recorren todo el libro, mencionándolas cada vez que puede:

-España fue un amo generoso que se impuso sobre una gente salvaje que no podía gobernarse ni progresar por sí sola

-Los blancos españoles o descendientes de españoles, véase criollos (específicamente blancos), son los únicos aptos para gobernar sobre las razas indígenas. A menudo, cuando alguien le cae bien, le asigna a ese alguien “ascendencia de pura raza española” cosa que dice por ejemplo de su amada Adriana o de Álvaro Obregón.

-Los Estados Unidos concibieron un Plan para desnaturalizar a la raza española, mediante el llamado Pocho-Tejanismo, propagando la cultura estadounidense junto con el indigenismo mediante estudios antropológicos que rehabilitan a los indígenas americanos con el fin de animarlos a tomar las armas contra los criollos y destruirlos; como estos indígenas no pueden gobernarse, pasarían por supuesto a estar bajo control de los estadounidenses, quienes gobernarían mediante títeres “negroides”.

-Algunos de estos rasgos de desnaturalización son: la expansión del inglés o la preferencia por licores distintos del vino de uva como el pulque o el “asqueroso” mezcal, señas de barbarismo (Al hablar de Villa, afirma que desconfía de él porque no bebía, pues “en todas las latitudes, la gente buena se inclina por el vino”).

Auch.

Y así por páginas y páginas. Lo cierto es que pese a toda esta mezquindad, Vasconcelos no deja de denunciar algo importante. La absorción de México por la influencia estadounidense, que pocos objetivos tiene más allá de apoderarse económicamente de la nación hasta hacerla sumisa.

Para ser justos, eso ya sucedía desde antes de Porfirio Díaz: las posesiones e inversiones estadounidenses en México eran ya enormes por entonces. Pero para ser más justos, Vasconcelos nunca justifica a Díaz ni al partido de los Científicos. La Revolución Mexicana, por una serie de circunstancias como fueron la 1era Guerra Mundial, la dominación estadounidense de la industria armamentística y la retirada del Imperio Británico dio como resultado que los intereses europeos en México se perdieran a favor de los estadounidenses.

La historia de las siguientes décadas en materia de relaciones internacionales y de episodios como la fundación del Banco de México o los tratados de Bucareli son en buena medida resultado de la influencia estadounidense y su agresiva política exterior y eso, eso lo tuvo claro Vasconcelos desde el principio. Cierto, el hombre exagera a menudo, poniendo malicia y traición donde hubo más bien necesidad y circunstancia, pero si algo hay que respetar en su actitud es que jamás cedió en su posición, ni aun cuando pudo haberse valido de ella para ganar poder o para remediar su perpetua ruina económica. Más aún, a pesar de todo, logró contraatacar en la medida de sus posibilidades este fenómeno, al menos por un tiempo y ese breve momento de resistencia pervive aún en la memoria de México como uno de los momentos más altos de la historia cultural de México. Increíble lo que un criollo con algo de razón y un espíritu de hierro puede hacer cuando se lo propone. Pero esa, chicos y chicas, es una historia para otro momento…concretamente la del siguiente volumen, El Desastre donde se narra su breve paso por la secretaría de educación y la gestación del nuevo régimen.

En su inconseguible libro La Parra, la Perra y la Porra, Pedro Lamicq, alias Pirra Purra, nos describe una imagen del criollo americano que es heredera de una literatura crítica que rastrea sus raíces hasta la época colonial: el criollo como un señorito con pretensiones aristocráticas bastante cuestionables considerando su origen y su entorno. Es monárquico en las repúblicas; se siente noble cuando a duras penas llega a burgués, si bien le va, su título nobiliario es comprado, obtenido gracias a la acciones comerciales de sus antepasados en América antes que con hechos de armas como corresponde a los caballeros y gentilhombres que pretende emular. Es una flor de invernadero que se marchita en el clima nativo, presa del propio ambiente del que se pretende señor.

La imagen de América que Vasconcelos da es radicalmente diferente a la que se ha desarrollado en la conciencia popular y en el discurso oficial. Si es justo que desconfiemos de la sinceridad de este último, podemos dar un poco más de crédito al segundo. Hoy día el criollismo es un fenómeno en extinción, al menos como lo describió Lamicq: las pretensiones aristocráticas han cedido su lugar ante el culto al dinero; ha desaparecido el espíritu de casta en favor de la clase social y el modelo aspiracional ya no es Europa sino Estados Unidos. Todo lo anterior hubiera repugnado (y efectivamente repugnó) a un criollo de cepa como Vasconcelos, que lo denunció hace ya décadas como el tan citado pocho texanismo, obra del perverso Plan con mayúscula que hoy sabemos no es tanto una conspiración sino un fenómeno orgánico producto del poscolonialismo.

Pero eso no implica que sea un destino sellado desde el cielo: Vasconcelos sería muchas cosas, pero nunca un agachado y aún de cara a la avalancha de la historia se irguió y con la percepción de la realidad completamente alterada puso su parte para hacerle frente con dignidad y un chiiingo de ira.