




Reseña por Memo Fromow
Lázaro y los Alzados (2018)
Luis Alberto Villegas
Ensamble Comics
Libro: Novela Gráfica
Los muertos también recuerdan.
En muchos lugares y culturas existe la creencia de un gran héroe que regresará eventualmente en un momento de gran necesidad para ponerse a la cabeza de su pueblo e impartir justicia: la 2ª venida de Jesucristo; la leyenda del emperador durmiente Barbarroja; el rey Don Sebastián; Quetzalcóatl, etc. Es claro el reclamo de justicia en una sociedad que amenaza con descarrilarse, asediada por la desigualdad a la que conduce el abuso de riqueza.
En su conmovedoramente desolador libro Los Bribones, el colaborador de Ricardo Flores Magón y perpetuo rebelde y respondón Lázaro Gutiérrez de Lara definió a México bajo el porfiriato como un estado-prisión, donde aún estando fuera de la cárcel de Belén o de Lecumberri o de Valle Nacional, estabas de una u otra forma encerrado, privado de tu capacidad para ejercer tus derechos. Frente a una situación tan intolerable, los libres vivían en un mundo aparte, lejos, muy lejos en el lejano norte donde el Estado no alcanzaba y bastaban las armas para labrarte un lugar pequeño, pero propio y libre, en el mundo. Tampoco hay que romantizar demasiado, la libertad usualmente viene a precio de sangre, y para estos rebeldes, fue la sangre no solo de sus perseguidores, sino también la de los apaches, los tarahumaras, los yaquis e incluso la suya propia. Una vida por otra. Todos ellos rebeldes, indómitos, alzados contra un mundo que no tenía un lugar para ellos fuera de uno humillante, indigno de ser vivido.
En esta historia, otro Lázaro vuelve de entre los muertos para hacer un intento (uno más) de hacer justicia: si no la justicia de la Revolución, al menos justicia para los muertos, los rebeldes olvidados bajo el peso del tiempo.
Lázaro fue un alzado en tiempo de Díaz. Como la de tantos otros, su vida fue una desgracia tras otra, iluminada a tramos por las alegrías del amor antes de verse truncada de manera infame. Bastante castigo le tocó, pero ahora y por extraño sortilegio, la maldad del diablo, la injusticia de ultratumba o sepa que perversidad del universo, vuelve a la vida para pagar el sufrimiento que le faltó vivir: de la mano de un mefistofélico personaje, deberá acabar de pasar el trago viviendo de nuevo el trágico siglo XX mexicano, colmado de injusticia y horror que la misma Revolución por la que ofertó su sangre y la de su familia no pudo evitar.
Lázaro ha vuelto, sí, pero incompleto, y para terminar de regenerar su cuerpo deberá pagar un tributo al diablejo de turno que se divierte con su desgracia. Le pagará el “favor” de esta nueva vida llevándole una serie de grabados: uno por cada pedazo de su nuevo cuerpo. Así repasaremos no solamente la ya conocida sucesión de crímenes que fue el siglo XX mexicano, sino también el fructífero producto artístico de la resistencia; además de ser una agresiva reivindicación al legado moral de las luchas sociales de México, también es un repaso por la gráfica emanada de las instituciones artísticas surgidas al margen del poder: en este caso, el legendario Taller de Gráfica Popular y algunos de sus artistas más insignes como María Izquierdo, Luis Arenal, Arturo García Bustos y, por supuesto el gran Leopoldo Méndez.
En el apartado gráfico tenemos un esforzado homenaje a la producción gráfica de principios del siglo XX, y como bien sabemos, es imposible (IMPOSIBLE) hacer eso sin remitirse a José Guadalupe Posada, al punto que la obra no solo está llena de referencias a su trabajo, sino que el estilo de Villegas Muñóz hace hasta lo imposible por asemejársele. El trabajo y el cuidado invertidos en lograr la identificación con el estilo del hidrocálido Posada y la hoja volandera del 900 se nota apenas ver la portada: el blanco y negro lleno de vetas que imitan la técnica del grabado clásico y que en este caso fueron logradas gracias a un cross-hatching talachudísimo que no pudo sino tomar muchas y muy olímpicas horas. Esa dedicación al trabajo y fidelidad no pueden sino respetarse como es debido, si bien el producto, hay que decir, no llega a la maestría de sus inspiradores: son notorios los ocasionales desperfectos relativos a la anatomía y la perspectiva que en Méndez, Bustos o Posada están perfectamente resueltos y que aquí, aunque ingeniosamente compensados por el dinamismo en el manejo de las figuras y del lenguaje secuencial propio del cómic, no dejan de traslucir. Pero, por supuesto, no voy a reclamarle a nadie por no ser Posada, después de todo, el cómic tiene necesidades muy distintas al momento de aplicarle un estilo tan cargado como el del grabado mexicano: Posada, Méndez y compañía tuvieron la hoja entera para trabajar con minucioso amor, no centenas de cuadros chiquitos que requieren la misma atención sin ofrecer la misma extensión. Unas por otras.
Una de mis grandes pasiones en lo que se refiere a la labor de contar historias es mezclar la fantasía con la Historia, la de H mayúscula (puntos extra si tiene que ver con historias de los grupos usualmente ignorados o los que resisten). Por ese lado, Lázaro y los Alzados me consintió bastante; sin embargo, no pude dejar de sentir un elemento quizás demasiado poco sutil de didactismo en cuanto a la manera de la que se valió para involucrar a los ilustradores mexicanos clásicos en la historia. Esa misma vocación didáctica también se nota en la manera en que son abordadas las cuestiones propiamente históricas que son el telón y el contexto de la vida de Lázaro: el retrato de la injusticia, del horror de la vida bajo la tiranía es algo que no debe dejar de acentuarse, sobre todo en una obra como esta. No obstante, los personajes y sus devenires se sienten excesivamente tipificados: en este mundo no hay sitio sino para héroes y traidores; mártires y verdugos al estilo de una fábula moralizante. Si algo he aprendido de años de leer y releer la historia de México (y del mundo, que se parece tanto en algunas cosas) es que bajo el cuadro general se esconden un millar de detalles discretos, casi escondidos, pero necesarios para entender lo mejor posible un momento histórico. La labor del historiador requiere empatía, pero también cabeza fría. Ahora bien, esto no es una obra histórica, sino una historia de fantasía que enfatiza en la necesidad de la rebelión frente a la injusticia descarada, de modo que la licencia creativa es esperable e incluso necesaria… y yo también me estoy poniendo algo sangrón, la verdad.
Lázaro y los Alzados es una carta de amor a la vieja gráfica mexicana y un llamado a reclamar una herencia histórica imprescindible para cualquiera que viva en este país. A veces he pensado que demasiado leer empieza a alejarte un poco de la realidad, un efecto análogo al de ver demasiada televisión o al de vivir crónicamente en internet: las cosas terribles e imperdonables empiezan a perder su peso moral después de tanto hurgar en un mismo acontecimiento o período. Olvidas que la guerra mata y mutila; que la prisión es un estado vital que consume la vida misma; que los nombres impresos en tinta responden a un ser de carne y hueso y que la muerte es mucho más que una palabra sobre el papel. De tanto pensar que estás por encima de la realidad misma, empiezas a perder la sensibilidad. Una historia como esta es relevante no solo para un lector joven, que verdaderamente no conoce la Historia de México o conoce una versión prácticamente inútil de la misma: la gente de mi edad está tan acostumbrada a escuchar sobre los acontecimientos señalados en este libro, que asumen que todo mundo lo sabe sin pensar que la alfabetización histórica es una labor para la que el sistema educativo tradicional es insuficiente; pero más importante aún, del mismo modo que el lector ha perdido el contacto con el mundo, de tanto que hemos oído estas historias, comenzamos a pensar que ya no nos conciernen. Entiendo, pues, el porqué estas historias hacen tan agudo énfasis en el dolor y la pérdida: nada como una buena punzada para espantar el letargo emocional y recordar que la Historia no se manda sola. Es cosa de hombres y mujeres, de los vivos, no de la tinta y el papel.
El presente y los vivos también somos Historia: que sea una buena.


