




Reseña por Memo Fromow
Sonora (2018)
Alejandro Springall
Springall Pictures
Película: Histórica / Drama
Un chino, un indio y un mexicano se suben a un carro…
Aunque sabemos que en México ha pasado de todo, la Historia no cesa de asombrarnos con la variedad de aventuras que puede poner en marcha: eso pasa cuando te pones en medio de dos océanos y juntas tantas cosas en un territorio que, aunque grande, le viene chico al resto el mundo que insiste en venir a meterse aquí, caramba.
El norte de México es a la fecha una de las regiones más emblemáticas del territorio, especialmente de cara al extranjero. Entre los mexicanos, no dudamos en asociarlo, apenas escuchamos la palabra norteño, con la carne asada, la música de banda (que después de doscientos años nada más no puede quitarse el sabor a polka), los sombreros, las botas y los hombres más hombres que verás jamás. Y aunque mucha de esa imagen tiene o tuvo una correspondencia con la realidad bastante sólida, el estereotipo, por cierto que pueda resultar a veces no deja de oscurecer una realidad mucho más compleja de lo que permite vislumbrar la imagen de película… pero no la de esta película.
Sonora es una producción que se propone juntar todos los elementos más disímiles que pudo encontrar para darnos una pequeña e inesperada épica donde se juntan todos los ingredientes que no esperarías ver en una película de norteños: chinos, coches, gánsters, indios muy mundanos, pochos, fascistas y algún que otro rastro de la Revolución que no puede faltar en 1929. Chile, mole y pinole.
Nuestra historia (o más bien historias) empieza con las deportaciones en masa de mexicanos sucedidas a raíz de la Gran Depresión en Estados Unidos. Entre la marabunta de paisanos que regresan al país se viene a juntar la ola de intolerancia anti-china, porque para estar a la moda en este principio de siglo problemático y febril, a alguien hay que discriminar. Para entonces, millares de chinos que habían llegado a California para trabajar en el ferrocarril ya habían sido expulsados de Estados Unidos por las leyes antiinmigración y se habían integrado a la vida en el norte de México, donde se toparon con la intolerancia que había culminado en matanzas como la de Torreón, oscuro episodio del villismo, que continuaba todavía vivo en forma de un recalcitrante nacionalismo en la región.
En este contexto, la ciudad de Nogales sirve de escenario para juntar a un montón de perdidos que, por una u otra razón, necesitan cruzar el desierto de Altar rumbo a Mexicali, la ciudad del equipo de béisbol favorito de Chabelo, en donde a todos aguarda un sueño: una nueva chamba, un paso para volver a entrar en Estados Unidos, los nietos de la hija perdida, el deber del militar, adelantarse al brazo de la justicia, etc. Para cumplir ese sueño, el único medio al alcance es un Chrysler más duro que las piedras y una pareja de conductores que se ganan la vida dando aventón a través de la parte más reseca y peligrosa del desierto, aquella que cruza de Sonora, Baja California.
Como en toda historia en el desierto, este es mucho más que un simple paisaje impresionante; se convierte en el paso entre dos mundos, entre la vida nueva y la antigua, entre la cobardía y el valor, entre el futuro y el pasado, el vicio y la virtud: el viaje del héroe. La película sería muy aburrida si solo fuera llegar sin novedad del punto A al punto B ¿no? Pues de ese bache nos saca Joaquín Cosío en su rol del nada místico indio Emeterio, de la nación de los pápagos, inutilizado por el alcohol, pero con una última misión que cumplir.
Esta es la historia de una travesía tanto física como moral, aunque en el aspecto moral no deja de sentirse un tanto más acartonada. El antirracismo, uno de los temas más marcados de la película se nos presenta de una manera un poquito demasiado panfletaria, no sermoneadora, pero poco sutil, aunque le ayuda el ser presentado a través un episodio poco conocido de la Historia de México que hace las delicias de los curiosos como yo.
La fotografía y los valores de producción son más que decentes y saben aprovechar a su favor la majestuosidad del desierto de Sonora y el dramatismo de luces que un paisaje así ofrece al realizador. Por ese lado no hay queja.
Las actuaciones son algo disparejas: Joaquín Cosío no decepciona como Emeterio y su personaje es sin duda el más complejo y mejor construido. Los personajes con tramas más personales como Doña Rosario (Dolores Heredia), Marcos (Harold Torres), si no son brillantes, son creíbles. Sin embargo, el esquematismo de la moraleja vuelve demasiado predecibles las historias de Sánchez, un supremacista anti-chino (Juan Manuel Bernal) y Lee Wong (Jason Tobin), que viaja con su mujer mexicana (Patricia Ortiz) y la pequeña Anita (Abbie del Vilar Chi). Para ser justos, el guion y el papel tan panfletario que este les asigna no les da para mucho más que ser moralejas andantes.
La intromisión del dúo de contrabandistas Yuma Joe (Rafael Cebrián) y Tony (Ben Miliken), aunque agrega un interesante elemento aprovechando el contexto de la prohibición, no llega a mucho: su química de pareja dispareja no acaba de cuajar ni llega a mucho. La película bien podría haber llegado a la misma conclusión sin ellos.
Sonora tiene claras sus limitaciones y trata de centrarse en sus fortalezas: la cinematografía y la fuerza de sus actores. No siempre llega a aprovecharlas del todo, pero en suma, alcanza y sobra para presentarnos de manera muy bien realizada una historia más bien desconocida de la vida en México.


